HA VENIDO, VIENE Y VENDRÁ

El  domingo 2 de diciembre comenzaba un nuevo Año Cristiano. Un año distinto del año civil, aunque ambos tienen, más o menos, la misma duración. Un año que no es una mera sucesión de fechas ni es para medir el tiempo y encuadrar en él los acontecimientos de nuestra vida. El Año Cristiano es para ayudar al creyente a ponerse en contacto con todos y cada uno de los misterios de nuestra fe y celebrarlos debidamente. El centro del Año Cristiano lo constituye la persona de Cristo, nuestro Salvador.

Si el año civil se divide en doce meses, el Año Cristiano se divide en varios "tiempos", con diferente duración y un marcado espíritu cada uno. El primero de estos tiempos es el llamado tiempo de Adviento proviene del verbo latino "advenire", que significa venir. Por consiguiente, Adviento equivale a "Venida".

VINO AYER Y VIENE HOY
En este tiempo la Iglesia quiere que nos preparemos espiritualmente para celebrar el gran acontecimiento de la Navidad, es decir, el nacimiento histórico de Cristo en Belén, su venida a la tierra revestido de nuestra condición humana. Pero, al hablar de la "Venida" del Señor, bien está que pensemos no en una sola, sino tres venidas, las tres muy importantes.
Sí, hay una venida histórica del Señor; una venida que aconteció hace más de dos mil años, cuando nació de la Virgen María en Belén de Judá. Es la venida que principalmente recordamos y celebramos cada año en la gran fiesta de la Navidad.

Pero, además de esta venida histórica, podemos y debemos hablar de una venida actual, diaria, del Señor a nustras vidas. En esta venida no se nos hace visible, pero viene realmente. Viene cada vez que celebramos alguno de los siete sacramentos que Él dejó a su Iglesia. En el Bautismo, por ejemplo, el Señor viene para insertarnos en la vida divina y comunicarnos la dignidad de hijos adoptivos de Dios. Y viene también ¡qué gran dicha!, a regalarnos el perdón de los pecados en el Sacramento de la Penitencia. Y no digamos lo que ocurre en la Eucaristía: Él se nos entrega como el gran alimento espiritual de nuestras almas.


LA ÚLTIMA VENIDA DEL SEÑOR

Pero el Adviento nos recuerda también que Cristo vendrá al final de nuestra vida en la tierra como juez de nuestras obras. Y nos invita a llenar de esperanza nuestro corazón. Esperanza, ante todo, en Dios que ha cumplido la promesa de enviarnos un Salvador.

Tener esperanza. Ahora bien, para un cristiano la esperanza no consiste en cruzarse uno de brazos y dejar que otros solucionen los múltiple problemas de la vida. La esperanza es una fuerza vital que, desde el interior de nuestro ser, nos impulsa y anima a injertar en nuestras vidas aquellos valores que nos hacen mejores personas y que también contribuyen a mejorar este mundo en el que vivimos. Todos, sin duda, queremos un mundo más justo, más honrado, más humano, más alegre...Pero este mundo que soñamos no se construye solo, es obra conjunta de todos y de cada uno de nosotros.
Ojalá que este tiempo de Adviento, la primera etapa del Año Cristiano, hagamos caso al Maestro que nos dice a cada uno de nosotros lo que un día dijo a los Apóstoles: ¡Ven y sígueme!