"CREO EN JESUCRISTO, DIOS Y HOMBRE VERDADERO"

                                                                

                      El pasado 6 de enero celebrábamos la fiesta de la Epifanía del Señor. Epifanía significa
manifestación. Ese día recordábamos, por tanto, la manifestación del Señor como el Salvador de todos los hombres sin distinción de razas ni culturas.
                                                                                              El pasado día 13 celebrábamos la fiesta del Bautismo de Jesús en el río Jordán. El hecho tiene lugar 30 años más tarde: ya Jesús es adulto y va a comenzar su vida pública como predicador del Evangelio en Palestina.

                                    ESPERABAN CON ILUSIÓN LA LLEGADA
                                                             DEL MESÍAS

           Los judíos esperaban con ilusión la llegada del Mesías, tan anunciado por los profetas. Pero no esperaban que el Mesías fuera Dios. Esperaban la llegada de un personaje político religioso que guiase al Pueblo de Israel y lo liberase de ser súbdito de una potencia extranjera. Así pensaba al menos una parte importante del pueblo judío.
                                                                      Más tarde, a través de la historia, serían también muchos
los que se empeñarían en presentar a Jesús como un hombre extraordinario, honrado y santo, pero un simple hombre.
                         Ahora bien, nosotros los cristianos confesamos expresamente en el Credo con los Apóstoles y con toda la Iglesia desde hace más de veinte siglos: "Creo en Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos, Dios de Dios".
                                                                                                      Si a Jesucristo lo despojamos de su naturaleza divina, lo empobrecemos radicalmente, lo despojamos de lo más grande y original que hay en él. Le arrancamos este misterioso poder de convocatoria que ha ejercido y sigue ejerciendo sobre millones de hombres y mujeres en todo el Mundo. ¿Por qué tantos han dado la vida por él en el martirio? ¿Por qué tantos siguen dejando su familia, su patria, puestos de prestigio humano para entregarse a al servicio de los pobres, de los ancianos sin familia, de los enfermos, de los niños huérfanos y abandonados o para marchar a países del Tercer Mundo y predicar allí el Evangelio sin buscar recompensa económica alguna? Todo esto lo hacen, porque se sienten llamados en su interior por Alguien que es más que hombre, es también Dios. Por un simple hombre no vale la pena aceptar ciertas renuncias e imponerse grandes sacrificios.

                                    ASÍ LO PROCLAMÓ JUAN BAUTISTA

   Nos recuerda el Evangelio que Jesús, cunado se acercó a Juan en el rio Jordán para ser bautizado, iba en medio de los demás penitentes como uno más, sin llamar la atención. Sin embargo, Él no es un pecador, es el Hijo de Dios y así lo proclamó Juan ante la gente.
                                                                                                            Una importante lección hemos de aprender aquí. La Iglesia como pueblo creyente, del que formamos parte, debe mezclarse con el resto de los hombres, participar activamente en los problemas y preocupaciones de la sociedad. La Iglesia tiene que iluminar, con el Evangelio en la mano, todo lo que ocurre en el mundo: en la política, en la organización social y económica, en el campo de la enseñanza y la cultura, en la familia....

             Sí, la Iglesia tiene que ser humana. Pero, al mismo tiempo, debe ser y aparecer divina porque no ha nacido, como otras organizaciones sociales, por pura iniciativa humana sino por iniciativa de Cristo, verdadero Dios. Por eso los cristianos hemos de ser también profundamente religiosos, creyentes: vivir día a día inspirados en la persona de Cristo, en su palabra y en su vida.