MIRANDO A LA OTRA VIDA

       Estamos en el mes de noviembre, el último mes del año en el calendario de la Iglesia. Un mes que empieza con dos celebraciones litúrgicas que nos invitan a mirar hacia la otra vida que nos espera más allá de la muerte: el Día de Todos los Santos y la Conmemoración de los Files Difuntos.

                              LA  SOLEMNIDAD DE TODOS LOS
                                                      SANTOS

          Es una celebración solemne y festiva, en que la Iglesia, que peregrina por la tierra, tributa un homenaje a la multitud de hombres y mujeres que viven eternamente felices con Dios en el Cielo. Todos, sin duda, tendremos allí a miembros de nuestra familia y a muchos amigos y conocidos con los que un tiempo convivimos aquí en la tierra.
                                                                   Una jornada que nos recuerda también esa vocación universal a la santidad, de la que nos habló el concilio Vaticano II. Todos estamos llamados a vivir santamente aquí en la tierra. Y vivir santamente no es hacer cosas extrañas o llamativas; es tratar de cumplir con fidelidad los mandamientos de la Ley de Dios y las normas de vida que nuestra condición de cristianos nos pide.
                                         La solemnidad de todos los Santos no debiéramos vivirla como subordinada al "día de Difuntos". Son dos celebraciones distintas con un mensaje religioso diferente. Muchos cristianos, de hecho, no le dan la importancia debida a esta gran celebración y piensan sólo en el día de Difuntos para rezar por ellos y cuidar en el cementerio las tumbas de sus familiares. Es decir, anticipan esta jornada al día 1 de noviembre, fiesta de todos los Santos.

                                  LA CONMEMORACIÓN DE LOS FIELES
                                                             DIFUNTOS

                          Esta es una celebración, como decíamos antes, penitencial y de súplica. Nos recuerda a esos hermanos nuestros que han muerto y pasan por una última etapa de purificación de la pena temporal, merecida por pecados cometidos y ya perdonados en cuanto a la culpa. Ellos y nosotros somos miembros de la misma Iglesia de Cristo. Y nosotros, los que aún peregrinamos por la tierra, podemos ayudarles en esa purificación con nuestros sufragios (oraciones y buenas obras) ofrecidos a Dios por ellos.
                        El día de Difuntos subraya también el hecho mismo de la muerte. Recordemos que la muerte, vista sin angustia pero con mirada realista, fomenta la sensatez en el corazón humano y nos invita a seguir caminos que orientan hacia la salvación eterna.
                                                                                                Esos caminos son las Bienaventuranzas, propuestas por el mismo Cristo en el Sermón de la Montaña. Un sermón que con razón se ha llamado la Carta Magna del Reino mesiánico. En las palabras de Jesús hay, ante todo, amor y consuelo para los pobres, los humildes y los atribulados. Así, él llama bienaventurados a los pobres en el espíritu, es decir, a los humildes y sencillos. Llama bienaventurados a los misericordiosos, es decir, a los que son muy sensibles al dolor ajeno y están siempre dispuestos a olvidar las ofensas recibidas. Llama también bienaventurados a los limpios de corazón, es decir, a los que huyen de la hipocresía, son sinceros y rechazan las malas ideas y los malos sentimientos. En fin, leamos íntegro el capitulo quinto del Evangelio de San Mateo, donde encontramos el resto del sermón de la Montaña. Y no olvidemos que lo importante es que tratemos de incorporar a nuestras vidas este programa santo que Jesús nos ha dejado.