LA FRATERNIDAD, UN DISTINTIVO DEL CRISTIANO

                                     Una de las cosas mas hermosas en la vida es ver como se quieren los hermanos. Claro que, querer a un hermano es relativamente fácil, diríamos que lo pide la misma naturaleza: porque los hermanos, de ley ordinaria, comparten realidades muy entrañables: tienen el mismo padre y la misma madre.
                            A un hermano resulta sencillo comprenderlo y aun mas fácil disculparlo. Por un hermano se hacen sacrificios, y las alegrías y penas de los hermanos se sienten como propias.         A un hermano se le perdona mas fácilmente las ofensas cometidas.

                    Sí, unos hermanos que viven unidos, que se quieren, que están dispuestos siempre a ayudarse unos a otros frente a las dificultades de la vida, es algo muy hermoso.
     En cambio, que lamentable y triste  resulta el encontrarte con hermanos que se muestran entre sí fríos, reservados, distantes e incluso hostiles. Situaciones causadas frecuentemente por motivos económicos.
                       VIVIR COMO BUENOS HERMANOS

    Pues bien, Jesús quiere que los suyos, los cristianos, vivivamos como buenos hermanos.
                                       La misión, por tanto, de los cristianos es vivir el Evangelio, sentirnos verdaderos hermanos e hijos de un mismo padre, que es Dios, y construir de este modo, un mundo donde reine el amor y la paz.
                                                Hay un pasaje del Evangelio en que Jesús insiste en esta idea: Tienes que salvar a tu hermano, al que anda por mal camino; pero tienes que hacerlo con amor, con una actitud comprensiva y tolerante. Sí, hay que salvar al hermano haciendo que se corrija de sus defectos. Pero esta importante tarea 
hay que realizarla con amor, no con acritud y malos modos.

                 Un gran defecto, muy frecuente en nuestros días y que va contra el mandato evangélico de amar al prójimo, es la critica despiadada; el emitir juicios temerarios y duros sobre la conducta de las personas. Y esto, naturalmente,  se opone al deseo de Jesús de que vivamos como auténticos hermanos. 

                   PONER FRENO A LA LENGUA

         El Apostol Santiago arremete duramente contra estos pecados cuando dice en el capítulo tercero de su Carta: "No os tengáis como maestros haciendo juicios duros contra los demás, porque seréis juzgados con especial severidad, pues todos tenemos mucho que corregir. Un pequeño fuego basta para quemar un bosque inmenso. La lengua es como el fuego, un mundo de iniquidad. Con ella somos capaces de bendecir a Dios, Padre de todos, y de maldecir a los hombres, hechos a imagen de Dios.
                                                               De una mism boca proceden la bendicion y la maldición. Y esto, hermanos míos, no debe ser así
¿Conocéis alguna fuente de la que mane por el mismo caño agua dulce y agua amarga? Si alguno se cree persona religiosa pero no pone freno a su lengua, se engaña. Su religiosidad es vana".

                                    Ya vemos como piensa el Apostol Santiago sobre la murmuración y la critica despiadada. Pues que sirvan estas sencillas consideraciones para hacernos mas respetuosos y mas comprensivos con la conducta de los demás. Que sepamos corregir siempre con amor al que obra mal, ya sea un hijo o un alumno o un compañero, viendo siempre en cada persona a un hijo se Dios y, por consiguiente, a un hermano nuestro.