SENTIR LA IGLESIA C0MO PROPIA Y AYUDARLA

                El pasado domingo 17 de noviembre, celebramos el Día de la Iglesia Diocesana. Ello nos invita a una breve reflexión sobre la Iglesia, a la que todos pertenecemos desde el día en que fuimos bautizados.
                             Esta Iglesia, a la que también llamamos Pueblo de Dios, tiene como Cabeza y Pastor Supremo a Cristo, representado aquí en la tierra por el Romano Pontífice; y la llamamos Católica porque tiene como misión llevar el Mensaje salvador de Cristo a toda la humanidad.
                 Ahora, esta Iglesia, extendida por los cinco continentes, está sabiamente estructurada en diócesis, regidas por un obispo cada una. Y las diócesis, a su vez, en parroquias con un sacerdote al frente.
                                  UNA JORNADA CON DOS OBJETIVOS
  
                                     Cuando hablamos del Día de la Iglesia Diocesana nos referimos a una jornada que pretende, ante todo, concienciarnos sobre nuestra pertenencia como cristianos a una determinada diócesis dentro de la Iglesia Universal. En Galicia concretamente hay cinco diócesis o Iglesias diocesanas: La de Santiago de Compostela (a la que pertenece la ciudad de A Coruña), la de Lugo, la de Ourense, la de Mondoñedo-Ferrol y la de Tuy-Vigo.
                                                                                Es lamentable que muchos católicos aún miren a la Iglesia Universal y a la Iglesia Diocesana como algo que afecta sólo al Papa, a los Obispos y a los Sacerdotes. Es cierto que la Jerarquía tiene unas responsabilidades especiales en toda la Iglesia, pero a ésta la formamos todos los bautizados, también los laicos, y todos compartimos la misión de propagar el Evangelio por el mundo.
    Un segundo objetivo del Día de la Iglesia Diocesana es obtener también unos ingresos económicos con que ayudarla en sus múltiples actividades pastorales, educativas, asistenciales, etc.

                                        JESUCRISTO SÍ, LA IGLESIA TAMBIÉN
    A veces uno escucha de personas que se consideran creyentes frases como ésta: "Yo creo en Dios, creo en Jesucristo, pero no creo en la Iglesia". Y si les preguntas por qué hablan así, enseguida responden: "porque no creo en los curas  ni en muchos hombres y mujeres de iglesia, cuya conducta hipócrita en nada se parece al Evangelio predicado por Jesús". Esta forma de hablar no deja de ser un tanto infantil y una manera de justificarse para no asumir las responsabilidades propias de un creyente cristiano.
               Claro que en la Iglesia también hay pecados porque la formamos hombres de carne y hueso como los demás, hombres y mujeres pecadores. Por algo Jesús le dejó un sacramento específico para perdonar pecados a los cristianos: el sacramento de la Penitencia.
            Ahora, es la ignorancia la que muchas veces contribuye a emitir juicios tan negativos sobre la Iglesia. La ignorancia de tantas obras sociales al servicio de los más pobres y necesitados que ella promueve y sustenta en todo el mundo.
                                                                Hay fallos en la Iglesia pero también es Santa, como confesamos expresamente en el Credo. Es Santa porque Santo es Cristo, su Fundador y Cabeza, Santo es el Espíritu de Dios que la vivifica y sustenta, santa la Doctrina que enseña, santos son los Sacramentos y medios de santificación que ella nos ofrece y santos son muchos hambres y mujeres, miembros suyos, que en su vida siguen fielmente las huellas del Maestro.
            Pues bien, a esta Iglesia, de la que somos miembros, debemos quererla mucho, sentir como propios sus problemas y ayudarla también en sus necesidades de tipo material y económico.