Hace pocas semanas, en la eucaristía dominical escuchábamos esta propuesta que uno de sus discípulos hizo a Jesús: "Maestro enséñanos a orar". Y Jesús respondió con la oración del "Padre nuestro", que todos conocemos. Una oración que hoy repetimos muchas veces. La pena es que, no por mucho recitarla, hacemos siempre con ella verdadera oración.
LA RESPIRACIÓN DEL ALMA CREYENTE
Jesús daba mucha importancia a la oración. Como buen israelita hacía la oración: de la mañana, del mediodía y del atardecer. Pero, además, él personalmente dedicaba largas horas a orar, sobre todo cuando se acercaban acontecimientos de especial importancia en su vida mesiánica. Recordemos los cuarenta días que pasó en el desierto haciendo penitencia y orando antes de iniciar su vida pública y también la larga oración en el Huerto de los Olivos la víspera de su Pasión y Muerte. Y a sus discípulos habló muchas veces del deber de orar. Es que la oración es algo vital en el ámbito de la fe, es como la respiración del alma creyente.
Ahora bien, en muchos creyentes se da una lamentable separación entre fe y vida. Los hay que "hacen muchos rezos" pero carecen de obras evangélicas. Muchos rezos, pero, al mismo tiempo, son infieles, injustos, mentirosos, no respetan los bienes ajenos, etc. Esos rezos no son verdadera oración; diríamos, incluso, que resultan claramente repugnantes ante los ojos de Dios.
Hay muchos que, al hablar de Jesús, en él ven sólo al amigo de los pobres, o al defensor de la justicia, o al profeta del amor fraterno. Todo eso fue Jesús. Pero sin olvidar que fue también el gran maestro de la oración.
HAY DIVERSAS FORMAS DE ORACIÓN
Una tentación de hoy es la de la prisa. Hacer muchas cosas, hacerlas pronto y tener éxito en todo. Y con este afán de lograr mucho en poco tiempo, nos volcamos tanto hacia fuera que nos vaciamos interiormente.
¡Qué normales han sido en esto los santos! Pensemos, por ejemplo, en dos de ellos: San Francisco Javier y San Juan Bosco. Dos hombres que desarrollaron una inmensa actividad misionera, que realizaron una imponente obra social y educativa. Ahora, la fuerza para realizar tanto les venía de su fe en Dios, fe que alimentaban en la oración frecuente.
La Iglesia siempre, y hoy muy particularmente, nos ha invitado a orar. Ella valora mucho a los religiosos y religiosas de vida contemplativa, cuyo carisma específico es precisamente la oración.
Tenemos que orar. Pero orar no es sólo pedir cosas a Dios. Orar es también darle gracias, alabarle, adorarle... Tenemos que orar, repito, pero tenemos -al mismo tiempo- que aceptar a Dios en nuestra vida, aceptar su Ley, ser honrados como él quiere, vivir fraternalmente con los demás, perdonar de corazón al que me haya ofendido, fomentar la paz, etc.
Recordemos finalmente que Jesús nos enseñó a orar invocando a Dios como Padre, nuestro Padre. Nos enseñó a tratar a Dios con la confianza y el cariño de un hijo a su querido padre.