Y no pensemos sólo en las noches desmadradas de los fines de semana cuando, en muchas de nuestras calles se grita y vocifera sin importar el legítimo descanso de sus vecinos. Añádase a esto ciertas conductas antisociales que ofenden la higiene pública y el respeto debido a tantos lugares y rincones de una ciudad, villa o aldea.
Las personas mayores recordarán que, hace años, en muchos colegios y centros educativos se impartían nociones de urbanidad y se aprendían formas respetuosas y amables de tratar a los mayores, de conducirse uno en la calle, en el autobús, en la mesa etc. No vendría mal algo de esto en la actualidad.
EL PROBLEMA VA MÁS ALLÁ
Claro que el problema no es sólo de simples formas, va más allá. Hoy urge el rearme moral de nuestra sociedad. Urge transmitir unos principios y pautas de conducta que estructuren al individuo y le den conciencia, ya desde los primeros años, de su papel en la vida y de su relación con los demás. Ureg frenar el loco afán de tener, dando prioridad al ser de cada persona. Urge, en fin, cultivar más los grandes valores morales. El mismo desarrollo económico, del que tanto nos gloriamos, sin una moral individual y social que lo sustente, puede volverse un peligro más que una conquista.
¿QUIÉN TIENE LA CULPA?
Bien, y ahora podríamos preguntarnos ¿dónde están los culpables? ¿Quién tiene la culpa de una situación así?
Pienso que la culpa anda muy repartida. Hay muchos padres y profesores empeñados en impartir una buena educación a sus hijos y alumnos, pero hay otros que abdican por comodidad o por lo que sea de sus propias y específicas responsabilidades.
Sin embargo, una parte muy importante de esta culpa recae, sin duda, en los dirigentes políticos de nuestra sociedad, en los de un bando y en los del otro. Son ellos los primeros en usar los malos modos publicamente, incluso la mentira, descalificando por sistema a sus oponentes. Y son ellos los que permiten que un medio de comunicación tan poderoso y absorbente como es la televisión, maleduque al pueblo -especialmente a los niños y adolescentes- prodigando un lenguaje grosero e irreverente, ofreciendo tanta violencia y sexo o menospreciando la enseñanza moral de la Iglesia. Con un medio tan poderoso y que llega tan facilmente a los hogares, tampoco puden hacer mucho, aunque quieran, los padres y educadores.
Pero, en fin, no perdamos el ánimo. Si nos empeñamos, podremos ir construyendo entre todos una sociedad más amable y cordial. Recuperemos los buenos modos.