EL RASGO DE LA FRATERNIDAD

El pasado seis de enero celebrábamos los cristianos una fiesta muy importante: la Epifanía del Señor. Vulgarmente la conocemos como el día de Reyes o la fiesta de la Ilusión, -sobre todo para los niños- por esos regalos que "los Magos les traen".

Pero, dejando a un lado estos aspectos un tanto folklóricos, bien está que nos detengamos un poco ante el mensaje central de ese día. No olvidemos que se trata de una celebración especialmente solemne en el calendario litúrgico de la Iglesia. Su nombre propio es "La Epifanía del Señor"; y Epifanía significa "Manifestación". Sí, ese día celebramos la manifestación del recien nacido en Belén a todos los pueblos de la tierra, representados en los Magos que llegan de Oriente.


VINO COMO SALVADOR UNIVERSAL

Con ello se nos recuerda que el Mesías no vino solo para el Pueblo Judío -el pueblo que esperaba con ilusión esa venida, tan anunciada por los profetas- sino que vino para todos los pueblos de la tierra; vino como el Salvador Universal. Esto es lo que celebramos en esta gran fiesta de la Epifanía del Señor: el carácter universal del cristianismo.

Por eso los Apóstoles a partir de Pentecostés, animados por la presencia del Espíritu Santo, se lanzaron a las calles de Jerusalén a predicar con ilusión el Evangelio de Jesús, y mas tarde traspasaron distintas fronteras hasta llegar a Roma, la capital del Imperio y pasar luego hasta el Finisterre español, a nuestra Galicia donde descansan los restos del Apóstol, Santiago.


LA ESTRELLA QUE HOY DEBE GUIAR A LOS HOMBRES

En la manifestación del Señor a los Magos se nos habla de una estrella que los fue guiando hasta el lugar donde estaba el Niño recién nacido.

Hoy, pese al tiempo transcurrido desde el naciemiento histórico de Jesús, nuestro Salvador sigue siendo el gran desconocido para millones de seres humanos. Y ¿cuál es hoy la estrella que tiene este noble papel de darle a conocer? Esa estrella somos los cristianos. Si, los cristianos, todos y cada uno

¡Qué bien cumplen este papel los miles de misioneros que, dejando familia y patria, marchan a lejanos países con la única misión de anunciar a Cristo y su Evangelio!

Esa estrella hemos de ser también todos los que nos llamamos cristianos, sacerdotes y Laicos, allí donde quiera que nos encontremos: en el ámbito familiar, entre los vecinos, en el puesto de trabajo, en los momentos y lugares de ocio y diversión. Ser estrellas lucientes que con la palabra y el testimonio de una vida cristiana manifestamos al Salvador de los hombres.

Y si queremos subrayar algún rasgo que los hombres de hoy han de ver en los que nos decimos cristianos para así descubrir mejor al Mesías, ese rasgo es la fraternidad. En una sociedad dividida, con criterios muy dispares y, a veces, enfrentada, debemos los cristianos mostrar en la unión y la fraternidad el rostro que hace creíble a la Iglesia cuando anuncia el Evangelio de Jesús. Y debemos imitar, por supuesto, a tantos hombres y mujeres que, dentro de la Iglesia, se dedican a consolar al triste, a dar cobijo al indigente o a devolver la alegría a muchos corazones heridos por el desprecio y el olvido. Se trata, en definitiva, de vivir el gran mandamiento del amor que Jesús nos ha dejado como distintivo propio.