
Vosotros sois la sal de la tierra. Si la sal se vuelve sosa, ¿con qué se salará? ¿Cómo daremos sabor? Una sal sosa no vale para dar gusto. Frente a la sosería, ¡qué bien sienta una pizquita de salero, en la medida justa, para dar sabor!
Es propio del laico cristiano llevar el Evangelio a todas las realidades temporales: familia, política, economía...
MIEMBROS DE LA IGLESIA EN EL CORAZÓN DE LA SOCIEDAD
Sois luz y sal que impregnan la realidad diluidos en ella pero sin perder identidad. Así están llamados a ser los laicos cristianos, miembros de la Iglesia en el corazón de la sociedad, y miembros de la sociedad en el corazón de la Iglesia. Seguidores de Jesús comprometidos por su fe y con su fe en la economía, la política, el mundo del trabajo, las artes, el ocio, la familia, la amistad y el amor.
Todas las realidades temporales son su campo de trabajo para llenarlas de Evangelio según el corazón de Dios. Así, desde las grandes estructuras sociales, hasta las pequeñas tareas cotidianas, todo puede ser vivido en sombras insípidas o con luz sabrosa. Que sea de un modo u de otro depende, en gran parte, de la porción más amplia de la Iglesia, de los laicos, cuyo protagonismo tendrá que ir creciendo a medida que los aires renovadores del Vaticano II sigan dando fruto y desarrollando sus potenciales riquezas de encarnación del Evangelio.
Luz y sal para la Iglesia y para la sociedad, con frecuencia tan faltas de sabor y tan sombrías, cuando el cristianismo es alegría luminosa. Frente a tanto aburrimiento gris, ¡un poco de salero!