LA IGLESIA DE NUESTRO TIEMPO

                                                             
   
                Recordando el Concilio Vaticano II, el Papa Francisco ha dicho, en su viaje apostólico a Rio de Janeiro, cómo debe ser la Iglesia de nuestro tiempo. Partiendo, por supuesto, de una Iglesia
centrada radicalmente en Cristo y en su Evangelio, el Papa señala cinco grandes cualidades que deben destacar en ella.
                                      UNA IGLESIA CERCANA Y ACOGEDORA

     Un hecho triste - recuerda el Papa - es que muchos jóvenes y personas mayores se han alejado de la Iglesia, de una Iglesia fría, de despachos oficiales. Pero esa no es la verdadera Iglesia, a la que Cristo ha encomendado difundir por todo el mundo su mensaje salvador. Debe ser una Iglesia cercana y acogedora.
                      En la Misa con los obispos, sacerdotes, seminaristas y religiosos, el Papa les decía: "Estamos llamados a promover la cultura del encuentro". Por su parte, los miles y miles de jóvenes que en Río escucharon al Papa no podrán olvidar estas cariñosas palabras que les dirigió: "Es bello estar aquí con vosotros. Ya desde el principio, al programar la visita a Brasil, mi deseo era poder visitar todos los barrios de esta nación. Habría querido llamar a cada puerta, decir "buenos días", pedir un vaso de agua fresca, tomar un cafezinho, hablar como amigo de casa, escuchar el corazón de cada uno, de los padres, los hijos, los abuelos..."

                                      UNA IGLESIA JOVEN Y ALEGRE

                         Así era la Iglesia que el Papa contemplaba en Río de Janeiro viendo aquellos miles de jóvenes cristianos, llenos de entusiasmo y alegría. Pero, ¿cómo es, en realidad, la Iglesia de hoy, vista en su conjunto? Si miramos a Europa, la Iglesia vista en su conjunto, ofrece más bien, el aspecto de Iglesia vieja, cansada y, en palabras de Benedicto XVI, "una viña devastada". La mayoría de los que van a Misa son "gente mayor". Ahora bien, cuando el Papa Francisco en Río se encuentra con aquella multitud de jóvenes cristianos, se enardece y, con palabras cargadas de emoción, exclama: "Veo en vosotros la belleza del rostro joven de Cristo, y mi corazón se llena de alegría".

                                   UNA IGLESIA SENCILLA Y POBRE

                      Dos expresiones, "sencilla y pobre", que se implican mutuamente. La sencillez no casa con la riqueza. Ni la pobreza evangélica puede sentirse a gusto con los símbolos de ostentación y con la exaltación de dignidades.
                                             Cargada de pobreza y sencillez estuvo la vida de Jesús sobre la tierra, y entre gente sencilla eligió a sus discípulos, los primeros constructores de la Iglesia. La palabra "pobres" figura también en la primera de las Bienaventuranzas en las que Jesús nos propone su modelo de vida cristiana.
                                         La Iglesia, encargada de continuar en la historia la misión de Jesús, será más creíble cuando aparezca más claramente sencilla y pobre, rechazando hábitos y costumbres que son ajenos a la letra y espíritu del Evangelio.

                                UNA IGLESIA LLENA DE TERNURA Y MISERICORDIA

        Es decir, una Iglesia que abraza a todos sin discriminación, que tiene preferencia por los niños, los enfermos, los reclusos, los drogadictos. Una Iglesia que, como Jesús, presta especial atención a los marginados y excluidos.

                                               UNA IGLESIA MISIONERA

      Sí, la Iglesia es esencialmente misionera. Nunca podrá olvidar estas palabras de Jesús: "Id por todo el mundo y haced discípulos de todos los pueblos" (Mt 28, 19). "Evangelizar constituye la dicha y la vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda".