CREO EN EL PERDÓN DE LOS PECADOS

                                                
                                                     NOS PERSONA DIOS
               San Pablo en la carta a los Romanos (Rom. 3, 23-24) dice: "Todos han pecado y están privados de la gracia de Dios, pero son justificados gratuitamente (sin merecerlo), por medio de su gracia mediante la Redención en Cristo Jesús".
                                                                            El misterio del pecado está relacionado con el misterio del corazón humano: entre la maldad y los grandes ideales. Así nos habla Dios mismo: "Os daré un corazón nuevo. Os quitaré vuestro corazón de piedra y os daré un corazón de carne" (Ez. 36, 26). San Pablo afirma: "Sabemos bien que nuestro hombre viejo ha sido crucificado con Cristo, para destruir el pecado, para que no seamos esclavos del pecado". (Rom. 6,6)

  No vale la "autoabsolución", ya que el ser humano puede cometer el pecado, pero no puede perdonar el pecado: "¿Quién puede personar los pecados sino solo Dios?" (Mc. 2,7)

  Nos recuerda San Juan que "si alguno peca, tenemos un abogado ante el Padre, Jesucristo el Justo. Él es Víctima de expiación por nuestros pecados" (Jn. 2, 1-2)

    La sangre de Cristo destruye y borra el pecado, nos reconcilia con Dios y nos libera de esa atadura, del verdadero mal que es el pecado, origen de todo mal.
                                                                                          El Papa Francisco nos exhortaba: "Misericordia" - no olvidemos esta palabra - "Dios nunca se cansa de perdonar. Nunca. El problema es que nosotros nos cansamos de pedir perdón" (Angelus del 17 de marzo de 2013)

                                   DIOS NOS PERSONA EN LA IGLESIA

   Por voluntad de Jesucristo tiene la Iglesia el poder y la facultad de personar los pecados: "Recibid el Espíritu Santo - dijo Jesús a los Apóstoles - A quienes perdonéis los pecados les serán perdonados y a quienes se los retengáis, les quedarán retenidos" (Jn. 20, 22-23) De este poder - por la sagrada ordenación - participan los Obispos, sucesores de los Apóstoles, y los sacerdotes. Representan a Cristo y actúan en su Nombre.
                                                  La Escritura señala que lo más importante no es afirmar que somos pecadores, sino que Dios perdona los pecados. Y esto se realiza por ministerio del sacerdote al celebrar el sacramento de la reconciliación. Dios ofrece su perdón en la Iglesia.
 
    La consecuencia de ese perdón en la Iglesia es la regeneración (nacer de nuevo, espiritualmente).
Además, al ser personados por el mismo Dios, tiene lugar una verdadera renovación interior. El Espíritu Santo nos conduce a descubrir el pecado y a rechazarlo, liberándonos del mismo.

 Leo este texto, bien significativo, en la época de la primitiva cristiandad: "Nada puede perdonar la Iglesia sin Cristo y Cristo nada quiere perdonar sin la Iglesia. Nada puede perdonar al Iglesia sino a quién esta arrepentido, es decir, al que Cristo ha tocado con su gracia; Cristo no quiere considerar perdonado a quien desprecia recurrir a la Iglesia" (Isaac de la Estrella).