EL ESPÍRITU DE PENTECOSTÉS

    Hace cincuenta días los cristianos celebramos la fiesta litúrgica más importante del año: la Pascua de Resurrección. Una fiesta que, por su especial importancia hemos prolongado durante estos cincuenta días. Cincuenta días que comprenden el llamado "Tiempo Pascual".
                      Un tiempo, decimos, que se inició con la Resurrección de Cristo y que culmina con otra fiesta también importante: la de Pentecostés o del Espíritu Santo.
                              Sí, con la venida del Espíritu Santo se pone en marcha la Iglesia, de la que todos los bautizados somos parte. Aquel pequeño grupo de hombres, escogidos personalmente por Jesús, a los que llamamos, Apóstoles, se encontraban reunidos en Jerusalén orando. Y fue entonces cuando se sintieron invadidos por una especial presencia divina, las del Espíritu Santo, que los impulsaba a salir por las calles de la ciudad para anunciar a todos, nativos y forasteros, la gran nueva del Evangelio de Jesús.
      
       Y desde entonces fueron agregándose, al pequeño grupo de los Apóstoles, hombres y mujeres de Palestina y del extranjero, hasta constituir una Iglesia que se esfuerza por llevar hasta los últimos rincones del mundo su Mensaje.

                      LA PRESENCIA DEL
                        ESPÍRITU SANTO

   Esta Iglesia, formada por hombres de carne y hueso, si su existencia dependiera sólo de nosotros, es probable que hoy estuviera ya muerta. A lo largo de su historia ha sido terriblemente perseguida desde fuera, con miles y miles de mártires; pero dentro de ella misma han surgido multitud de individuos y grupos que con su conducta antievangélica o con sus ideas heréticas han creado lamentables divisiones y cismas entre los miembros de la Iglesia.

        Pero esta Iglesia, fundada por Jesús, tiene algo divino dentro de sí misma: tiene la presencia del Espíritu Santo que la guía, la hace fuerte contra los poderes malignos y le inspira tantas obras buenas, incluso heroicas, realizadas por sus miembros.

      Es importante que los cristianos seamos conscientes de esta divina presencia y que en estos tiempos de confusión y libertinaje, que nos ha tocado vivir, invoquemos con frecuencia al Espíritu Santo. Él es luz que ilumina las mentes y los corazones; es fuerza para luchar contra corriente; es aliento n la desgana que con frecuencia nos invade. Él lo es todo. "Envía, Señor, tu Espíritu que renueve nuestros corazones".