MAYO, EL MES DE MARÍA


                    En la tradición popular cristiana, figura mayo como el mes especial dedicado a María. Por eso hoy queremos recordar su grandeza singular. Sí, María es grande por ser la Madre de nuestro divino Redentor. El hijo que nacería de sus entrañas es verdadero Dios, la segunda persona de la Santísima Trinidad, que en el seno de María, se revistió de la naturaleza humana.

                                     EL PAPEL SINGULAR DE LA MADRE


   Sí, en toda familia humana el papel de la madre es algo vital; por eso una familia sin madre es una familia especialmente huérfana.

                                     La Iglesia es la gran familia de los hijos de Dios. Pues bien, en ella ha querido el mismo Dios que no faltase la presencia de una madre; y esa Madre es María. Una gran Madre, en cuyo honor se han construido multitud de templos a los que acudimos sus hijos para festejarla y presentarle con cariño nuestras súplicas. A María son muchas las parroquias de nuestras Diócesis que la tienen por patrona y muchas la imágenes de María distribuidas por nuestras iglesias y capillas. Sólo, por citar un ejemplo: en nuestra iglesia parroquial destacan varias imágenes diferentes de María con su correspondiente advocaciones.
                                                             Pues bien, a Santa María, hemos de acudir con frecuencia los que nos llamamos cristianos, sintiéndonos hijos suyos y meditando los valores evangélicos que ella vivió tan intensamente en su vida mortal.

                             UNA MUJER MUY HUMANA Y SERVICIAL

   De todos modos, hoy quisiera destacar en María dos virtudes que nunca debieran faltar en la vida de un cristiano: su humildad y su espíritu de servicio.
                                                                                      María fue una mujer muy sensible ante los problemas de las personas, problemas que ella trataba de solucionar, evitando así el desprestigio y menosprecio de las mismas. Recordemos lo sucedido en aquella boda de Caná de Galilea, a la que existían como invitados ella y su hijo Jesús. María se entera de que va faltar el vino en pleno banquete (entonces estos festejos nupciales duraban días y el vino era un ingrediente importante en los mismos), y con suma discreción acude a Jesús y Él realiza el milagro de convertir en vino el agua con que se habían llenado unas tinajas.
                                                               Otra cualidad de María es la servicialidad. Ella se entera de que su pariente Isabel, de edad algo avanzada, por fin va a ser madre - con lo importante que esto era en la mentalidad del pueblo judío- y allá va para felicitarla y, sobre todo, para suplirla en las tareas domésticas. Una actitud de servicio a los demás que, más tarde, Jesús recomendaría a todos cuando dijo: "Yo no he venido para que me sirvan sino para servir y dar mi vida en rescate por muchos".

      Conclusión: Aprendamos de María, nuestra madre del Cielo, a cultivar estos valores evangélicos que ella vivió con especial intensidad: la fe, la humanidad y el espíritu de servicio a los demás.